Zaira desapareció en en centro de Xalapa cuando se dirigía al banco; autoridades le dijeron a su familia que las cámaras de vigilancia de la zona “enfocaban a otro lado”, por lo que no tienen pistas de su paradero.
Por Noé Zavaleta
Xalapa, Veracruz, 2 de enero (Blog Expediente).– Entre las diez treinta y once de la mañana del 16 de diciembre del 2015, la joven Zaira Romero Hernández salió de la carnicería “La Cabaña” en el mercado Jauregui, caminó por la calle de Lucio con dirección a un Bancomer de la avenida Enríquez, apenas dos cuadras de trayecto, un estimado de 50 pasos en pleno corazón del zócalo de Xalapa, Veracruz. El dueño de la carnicería le entregó 465 mil pesos en efectivo que tenía que depositar a una empresa de carnes con razón social en el Puerto de Veracruz. Zayra jamás llegó a la ventanilla del banco.
“Tal parece que a mi hija se la tragó la tierra”, lamenta su madre, María Asunción Hernández Ortiz, quien, cinco años después no se explica cómo su hija desapareció en pleno centro de Xalapa, en una calle rodeada de cámaras de vigilancia de la Secretaría de Seguridad Pública y de cámaras de centros comerciales y a escasos metros del Palacio de Gobierno, siempre rodeado de policías estatales.
Dos horas después, el dueño de “La Cabaña” mandó a buscar a Zaira Romero con otro empleado, no la pudo localizar, aunque recorrió todo el centro (las calles de Lucio, Juárez, Revolución, Callejón de Rojas y Enríquez). El novio de Zaira, el repartidor de moto, Eduardo Zárate, quien trabajaba en la sucursal de “La Cabaña” en el Mercado La Rotonda -ubicado a mil 200 metros del Jauregui- le fue prohibida la salida hasta que apareciera su novia y el dinero que llevaba para el depósito.
Desesperado, Zárate llamó por teléfono a la mamá de Zaira, María Asunción, quien reprochó al dueño de la carnicería cómo teniendo “tantos hombres a su servicio”, mandaba a su hija sola a depositar tal cantidad de dinero: “Ese es su trabajo, a veces ha ido a depositar más”, justificó el empresario carnicero.
“Yo sí le eché la culpa, en la carnicería trabajan casi 28 personas. ¿Cómo es posible que a mí hija le dejara semejante responsabilidad?”, lamenta Asunción, quien hoy tiene el papel de buscar a su hija, pero también hacerse cargo de los dos hijos que dejó, Paloma Zárate, hoy ya de siete años y un niño que tenía dos meses de nacido cuando desapareció Zaira.
El bebé hoy ya está por cumplir seis años.
Romero Hernández, entonces de 23 años, llevaba más de dos años trabajando en la carnicería, a veces doblando turno -explica su madre-, primero como cajera y luego como auxiliar administrativa haciendo de todo (levantando pedidos y ayudando en mostrador). Su jefe le tenía mucha confianza y ella era muy responsable con su trabajo, cuando tuvo al último de sus hijo ni siquiera hizo cuarentena con tal de regresar pronto al trabajo.
La familia Hernández es nativa de la congregación El Castillo, el último reducto de la Atenas Veracruzana; una congregación marginal que también ha sido escenario de varias desaparciones, ajustes de cuentas y una comunidad olvidaba por los gobiernos municipales.
Romero desapareció en el último año de Gobierno del priista Javier Duarte, en un año convulso de manifestaciones y toma de calles por parte de maestros, de pensionados y de periodistas: Unos reclamando sus nóminas, otros sus jubilaciones, los últimos justicia por el asesinato de reporteros. En diciembre del 2015, Duarte ya no despachaba en Palacio de Gobierno y vivía encerrado en su bunker de Casa Veracruz, en esas fechas el territorio veracruzano ya era conocido como la sucursal del infierno.
El día 23, por ejemplo, la Fuerza Civil repelió a “toletazos” una manifestación de más de 100 adultos mayores, quienes bloquearon el zócalo reclamando su pensión; el día 29, tres jóvenes fueron acribillados durante el velorio de un amigo en la calle Río Nilo, en la colonia Carolino Anaya en Xalapa, para la represión, la inseguridad y las desapariciones, Duarte siempre tenía la misma respuesta: “Hay una campaña negra en mi contra”.
En esos años era voz popular la colusión de policías estatales con el crimen organizado. Hubo, un par de años antes, una convulsa mutación de oficiales al servicio de «Los Zetas» para servir ahora -y hasta la fecha- al Cártel de Jalisco Nueva Generación.
Con la desaparición de Zaira Romero se hizo una carambola de denuncias, el dueño de la carnicería presentó una por la desaparición de su dinero y de su empleada; el joven Eduardo Zarate por la ausencia de su novia y la madre de Zaira, María Asunción, otra por la desaparición de su hija.
A los ocho meses, Eduardo rehízo su vida e inició un noviazgo con otra empleada de la misma carnicería. Durante los últimos 60 meses solo hay dos personas enfocadas en la búsqueda de Zaira Romero: Su madre y su hija, Paloma Zárate.
“Paloma sí recuerda a su madre, tenía dos años cuando desapareció; al principio la quisimos engañar de que su mamá estaba fuera de la ciudad trabajando; pero un día nos dijo “eso no es cierto, yo escuché decir a mi tía que está desaparecida”. Desde ahí, Paloma participa en las marchas y en las búsquedas de su madre. Hace un año, incluso ya le tomaron muestra de ADN”.
En la exposición fotográfica: “Una lucha de luz y de esperanza”, de Jazz Maldonado, es Paloma Zárate quien con rostro serio, ojos tristes, mirada reflexiva, sostiene con la mano izquierda la fotografía de su madre. Paloma porta una playera con otra imagen y la leyenda: “Regrésenme a mí mamá”.
María Asunción lanza el siguiente reproche, cuando a la Fiscalía General del Estado (FGE) y a la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) pidieron el apoyo para saber qué rumbo tomó Zaira Romero o “quién se la llevó”, los integrantes del Centro de Control y Comando del C4 contestaron que cuando la cajera de «La Cabaña» salió del mercado y caminó dos cuadras por la calle de Lucio las cámaras de vigilancia y las de los centros comerciales «enfocaban al otro lado”.
“Mi hija no pudo haber escapado, o robado el dinero. Ella trabajó durante todo el embarazo, quería mucho a su trabajo, tenía la confianza del dueño. Yo insisto, para mí que alguien la tenía checada (sic) de que siempre hacía depósitos fuertes en el banco”.
Tras su desaparición, familiares y amigos de Zaira pegaron papeles con su foto por toda la ciudad: “Fuimos a Pacho Viejo, a hospitales y nada”. En la Fiscalía no les resolvieron nada: “Vuelva mañana; no han traído información nueva nuestros ministeriales. ¿Qué información nueva nos traen ustedes?”.
Dentro de la carpeta de investigación hay dos pistas que la propia Fiscalía General del Estado no ha querido exprimir -ni con Verónica Giadáns, ni con Jorge Wínckler (hoy prófugo de la justicia) ni con Luis Ángel Bravo (excarcelado en mayo del 2019)-, la primera es que en la sábana de llamadas encontraron comunicación de Zayra Romero con otro empleado de la carnicería, Eduardo, y con el hermano de éste, justo en el lapso en que ella salió a hacer el depósito bancario.
“La sábana de llamadas arroja que mi hija se iba comunicando con los dos. Cuando la Fiscalía encontró este dato y quiso llamar a declarar a los hermanos Chimal, el hermano de Eduardo llegó con abogado y con un amparo para no declarar. Y ya, eso fue todo, la ministerial se quedó cruzada de brazos”, fustiga.
La otra pista radica en una llamada realizada desde Cancún, Quintana Roo, a mediados del 2016 donde un joven vio a una muchacha idéntica a Zaira Romero trabajando en una cocina económica de ese destino caribeño.
“Me pedía que fuera, que juntará dinero y saliera al otro día, de la Fiscalía me advirtieron que podría ser una extorsión. No fui, pedí el apoyo a amigos de la familia que viven allá, que trabajan en la policía, fueron a la cocina y nadie supo dar razón de mi hija. Aquí había algo raro, porque mi hija no sabe cocinar”.
La Fiscalía intentó -meses después- rastrear las llamadas de Cancún, pero el joven dejó de atender el teléfono. Contestó una vez la llamada, habló con autoridades de Veracruz, pero luego desconectó el móvil.
Con dos nietos que alimentar y con precariedad para buscar a su hija, María Asunción Hernández encontró una lista de deudores de su hija, quien en sus ratos libres vendía zapatos por catálogo. Por necesidad, Asunción regresó a la carnicería “La Cabaña” a cobrar los pendientes.
“Nadie me pagó, nadie. El dueño quiso darme 500 pesos, aunque no había comprado zapatos, pero le dije: No vengo a cobrarle a mi hija, solo vengo a cobrar lo que trabajó y vendió”.
La señora Hernández no oculta su frustración, al actual Gobierno de Cuitláhuac García Jiménez y a la Fiscalía General del Estado solo le interesa investigar los casos de desaparecidos del 2019 hacia adelante, los de atrás no le importan, así lo manifiestan, se queja.
“Hay una realidad: la Fiscalía solo avanza en los casos nuevos, en los casos recientes de desaparición; hacia atrás parece que no le importan”.